domingo, 23 de junio de 2013

El cementerio.

     La luna bordeaba el horizonte, llena y amarillenta ella iluminaba mis pasos a lo largo de la calle. Me escurrí a través de las sombras, bordeando los barres que desbordaban de gente despreocupada que se dedicaba a disfrutar de la fresca noche; me preguntaba si algún día se darían cuenta del universo entero que los rodeaba, o si simplemente seguirían ciegos ante todo. 
     Ya estaba cerca, en la siguiente esquina se me unieron Mel y Noah, que cuchicheaban por lo bajo. Seguimos rápidamente hasta llegar al bajo muro del cementerio por el que siempre entrabamos, nos costo poco saltarlo y comenzar a serpentear entre las tumbas en actividad. Apenas la luna se separaba del horizonte el cementerio se convertía en un lugar totalmente diferente, rebosante de vitalidad y aislado del frenesí del resto de la ciudad, comenzaba su propia fiesta.
     Veía a las huesudas manos abriendo las puertas de sus respectivos mausoleos, otros rascando aun sus ataúdes, o subiendo las escaleras de sus entierros subterráneos. Un par de esqueletos en sendos vestidos ya habían comenzado ya a recibir a quienes llegaban, repartiendo bebidas de colores sospechosos a todos los hijos de la noche. Inclusive un esqueleto mas fresco que aun tenia algo de carne y pelo colgando de sus huesos había comenzado a sacarse un par de costillas que se estaban convirtiendo en algún tipo de instrumento musical; y junto a este un hada de mortíferos ojos rojos sacaba una computadora y parlantes de lo que probablemente era una mochila hecha de piel humana.
     Dejé la bolsa que traía conmigo en el suelo, donde rápidamente fue recogida y hecha circular. Esta vez no había podido conseguir muchas cosas, solo algunos libros viejos y revistas. Mire sonriente alrededor, como ya casi todos estaban fuera, solo faltaban un par que estaban terminando de salir de la tierra con ayuda de los demás.
     Continué mi camino hasta el mausoleo de Dante. Caminaba a paso rápido por los pequeños corredores que apenas quedaban entre construcción y construcción, de vez en cuando siendo bañado por un poco de polvo que caída de alguna estatua tardía que saltaba de techo en techo, dirigiéndose  al centro de la fiesta.
   Mis pasos se volvieron lentos mientras me acercaba a la impresionante tumba de mármol negro, condecorada con estatuas también negras que con semblante soñoliento cuidaban la entrada. Asentí al pasar junto a ellas y ya podía escuchar la música de la fiesta mientras bajaba los desgastados peldaños.Me saque la cazadora cuando llegue a la puerta y se la pase al esqueleto de un soldado perdido que allí se encontraba.
      Al entrar me recibió el habitual calor sofocante y el fortísimo olor a tabaco, Dante estaba repantigado en el sillón de terciopelo rojo que se había hecho traer y aspiraba el humo de un puro que iba escapando entre sus blancuzcas costillas. Sentía a Mel y Noah parados a mis costados como guardaespaldas, aunque no había nada de lo cual cuidarse, yo sabia que la verdad es que el blancuzco esqueleto delante mio les inquietaba. Me adelante un paso pasandole una nueva caja de puros a Dante, quien podía sentir que sonreía y me miraba con ansias a través de las cuencas vacías que solían ocupar sus ojos.
     - El resto ya esta siendo repartido entre los demás, traje lo usual. - le dije antes de darle la oportunidad a preguntar.
     - Bien - respondió con su chirriante voz  a la vez que tomaba la caja con un traqueteo de sus huesudos dedos - necesitaremos algo de ropa nueva que repares algunos ataúdes, la semana pasada algunos se rompieron mientras los chicos volvían a sus lechos. Pero dudo que eso sea problema para ti.
     - Ninguno Dante, lo haré lo más pronto posible.
     - Buen muchacho, tu siempre tan servicial. Ahora vayan y disfruten de la fiesta, saben que son el alma ella-  dijo el esqueleto riendo a batiente mandíbula, y nos despidió con un gesto de su muñeca.
     No tardamos nada en salir de nuevo al oscuro frescor. Despache a los chicos, se merecían la noche de diversión. Y yo repetir mi rutina usual.
     A la entrada de un mausoleo tan blanco que casi parecía brillar con la luz de la luna, estaba ella, con el mismo vestido lavanda con el que la había enterrado. Se dio vuelta al escuchar mis pasos, y cuando llegue a ella le tomé la mano.
     - Aún sigues viniendo - dijo - aun aunque yo ya no sea yo.
     - Como podría dejar de hacerlo, después de todos estos años -  le respondí -  hace ya más de trecientos que hacemos estos. Ademas para mi siempre seras tú.
     Ella me rodeó con sus brazos cuando se escucho sonar a la lejanía un suave vals -  ¿bailarías conmigo, aunque ya no sea yo?
     - Siempre. Y si tu no eres su, yo ya no soy yo - le respondí, y juntos bailamos, esqueleto e inmortal, bajo la luna llena, la única del mes que nos volvía a unir.

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